miércoles, 12 de agosto de 2015

LA SIESTA





 Los benéficos efectos de LA SIESTA


Los  beneficios de ese descanso para la buena digestión de los alimentos están comprobados por todos los especialistas.

Con la siesta se digiere más rápidamente y mejor porque la falta de trabajo después de la comida permite el aflujo de una mayor cantidad de sangre a las paredes del es­tómago y del intestino que están en plena actividad. Por eso, la siesta es higiéni­ca y saludable y constituye una necesidad fisiológica para muchos individuos.

Esta costumbre, muy exten­dida en España, ha sido recomenda­da desde antiguo. Existe un refrán latino al respecto prescrito por la escuela mé­dica de Salerno que dice: “Después de la comida, reposo o pa­sear lentamente” porque así el cuerpo, y también la mente, se recuperan del desgaste sufrido durante las horas de la mañana.



Muchos médicos internistas aconsejan la siesta, en cual­quier época del año, como el mejor método preventivo contra el ritmo vertiginoso de vivir, causa de esa enfer­medad tan frecuente de nuestro siglo conocida como estrés.

Hombres de estado, como Churchill, y de las finanzas, como March, no dejaban su siesta nunca, porque después de ella se encontraban con fuerzas renovadas y con una claridad de espíritu poderosa para atender a los muchos problemas que pe­saban sobre ellos. “En diversas ocasiones”, ha escrito el estadista británico, “tras una cabezada después de comer, he encontrado solución para situaciones com­prometidas a las que antes no hallaba salida.”




Según explican los expertos,  así como la digestión produ­ce una especie de sopor o somnolencia que dificulta el pensamiento, la siesta devuelve la percepción física e intelectual. Aconsejan que inmediatamen­te después de comer debe evitarse el trabajo mental o físico intenso porque ese esfuerzo sustrae la sangre de las paredes del estómago y del intestino, riego necesa­rio para facilitar digestión, lo que tiene como resultado digestiones más lentas, con la consiguiente pérdida de facultades tanto para la acti­vidad corporal como para la psicológica.

En cambio, el sueño que se concilia en la siesta, al propiciar una bue­na digestión, deja más libre el riego sanguíneo posterior, además de eliminar las toxi­nas de la fatiga gracias al descanso.

Ian Gibson, escritor irlandés especialista en Lorca y afin­cado en España desde hace años, cuenta así su descubri­miento del ritmo de vida español:
«A mi llegada a España, no entendía cómo los españoles eran capaces de hacer su jor­nada de trabajo. Se acosta­ban muy tarde, madrugaban y seguían así un día y otro, sin dar muestras de fatiga. Hasta que descubrí que des­pués de comer tenían ese rato de reposo: se echaban la siesta. Así estaban en disposición de encontrarse per­fectamente en forma a unas horas de la noche en las que toda Europa dormía ya profundamente.»

Este testimonio favorable, sin embargo, no es general.

Pero no porque la siesta sea perjudicial para el hombre, sino porque, en ciertos ca­sos se prolonga demasiado y afecta -o puede afectar- al rendimiento laboral de las personas que abusan de ella con un descanso más prolongado de lo aconsejable.

Hacer una pausa de treinta o cuarenta y cinco minutos -que es la duración ideal de la siesta- no altera para nada el rendimiento, sino que lo mejora, ya que el can­sancio produce innumera­bles errores tanto en el caso de que el sujeto desarrolle un trabajo manual como uno intelectual. Precisamente los accidentes laborales, como demuestran las estadísticas, ocurren en mayor número cuando se llevan varias horas seguidas trabajando ininterrumpidamente.


SIESTA PARA TODOS



En principio, todas las per­sonas pueden beneficiarse de la siesta. Se prescribe como necesaria para los que padecen algún problema di­gestivo, una excesiva debili­dad o una fatiga corporal o psicológica debida al trabajo y a las preocupaciones. Es apropiada también para los ejecutivos agobiados por el pluriempleo o por negocios conflictivos. Unos minutos de reflexión tranquila, per­fectamente en posición hori­zontal, aunque no se llegue a conciliar el sueño, resultan reparadores. Las neuronas superactivas se distienden, con lo que se encuentran re­novadas para emprender otra vez el desgaste que causa el trabajo intelectual o la tensión nerviosa.

En opinión de los expertos, quienes menos necesitan esta reparadora siesta son los jóvenes. Están en una etapa en que deben aprovechar el tiempo. Se les recomienda preferentemente una actividad ligera, la lectura o la conversación.

No hay un sitio fijo para la siesta; cada persona tiene sus preferencias. En épocas de calor hay que buscar el lugar más fresco de la casa, un sillón que no dé calor, como pueden ser las mece­doras clásicas de rejilla, las chaisse-longues de paja o si­milares y, si la calorina aprieta, un abanico, el ven­tilador o el aire acondiciona­do. A unos les llega el sue­ño a través de la lectura del periódico o de un libro, a otros con el ruido de la televisión en un tono muy bajo (incluso hay quien despierta sobresaltado si le apa­gan la televisión sin previo aviso) y a muchos, escuchando música. La habitación debe estar en penumbra o completamente a oscuras, depende de los gustos o há­bitos adquiridos, y alejada de lugares ruidosos, aunque a la hora de la siesta y en verano hasta las calles más bu­lliciosas están en silencio.

Para que la siesta cumpla su cometido beneficioso no debe ser larga, más de una hora es desaconsejable, por­que entonces el sueño produce amodorramiento y el despertar es muy desagrada­ble, con mal cuerpo y peor humor.

A la siesta hay que ir dispuestos a descansar, pero sin pretender a todo trance conciliar el sueño. Si el ánimo está tranquilo y se está hecho a la idea de que durante cuarenta o cincuenta minutos no se tiene nada que hacer, la misma serenidad de espíritu y la natural somnolencia que produce la digestión son motivo suficiente para que venga el sueño.



La duración de este reposo reparador es variable. Algunas personas están en un duermevela apenas diez o quince minutos, pero les basta. Otras duermen más profundamente y más tiempo, pero nunca debe ser superior a una hora.


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