LA SIESTA
Los benéficos efectos de LA SIESTA
Los
beneficios de ese descanso para la buena digestión de los alimentos
están comprobados por todos los especialistas.
Con la siesta se digiere más rápidamente y mejor
porque la falta de trabajo después de la comida permite el aflujo de una mayor
cantidad de sangre a las paredes del estómago y del intestino que están en
plena actividad. Por eso, la siesta es higiénica y saludable y constituye una
necesidad fisiológica para muchos individuos.
Esta costumbre, muy extendida en España, ha sido
recomendada desde antiguo. Existe un refrán latino al respecto prescrito por
la escuela médica de Salerno que dice: “Después de la comida, reposo o pasear
lentamente” porque así el cuerpo, y también la mente, se recuperan del desgaste
sufrido durante las horas de la mañana.
Muchos médicos internistas aconsejan la siesta, en
cualquier época del año, como el mejor método preventivo contra el ritmo
vertiginoso de vivir, causa de esa enfermedad tan frecuente de nuestro siglo
conocida como estrés.
Hombres de estado, como Churchill, y de las
finanzas, como March, no dejaban su siesta nunca, porque después de ella se
encontraban con fuerzas renovadas y con una claridad de espíritu poderosa para
atender a los muchos problemas que pesaban sobre ellos. “En diversas
ocasiones”, ha escrito el estadista británico, “tras una cabezada después de
comer, he encontrado solución para situaciones comprometidas a las que antes
no hallaba salida.”
Según explican los expertos, así como la digestión produce una especie de
sopor o somnolencia que dificulta el pensamiento, la siesta devuelve la
percepción física e intelectual. Aconsejan que inmediatamente después de comer
debe evitarse el trabajo mental o físico intenso porque ese esfuerzo sustrae la
sangre de las paredes del estómago y del intestino, riego necesario para
facilitar digestión, lo que tiene como resultado digestiones más lentas, con la
consiguiente pérdida de facultades tanto para la actividad corporal como para
la psicológica.
En cambio, el sueño que se concilia en la siesta,
al propiciar una buena digestión, deja más libre el riego sanguíneo posterior,
además de eliminar las toxinas de la fatiga gracias al descanso.
Ian Gibson, escritor irlandés especialista en
Lorca y afincado en España desde hace años, cuenta así su descubrimiento del
ritmo de vida español:
«A mi llegada a España, no entendía cómo los
españoles eran capaces de hacer su jornada de trabajo. Se acostaban muy
tarde, madrugaban y seguían así un día y otro, sin dar muestras de fatiga.
Hasta que descubrí que después de comer tenían ese rato de reposo: se echaban
la siesta. Así estaban en disposición de encontrarse perfectamente en forma a
unas horas de la noche en las que toda Europa dormía ya profundamente.»
Este testimonio favorable, sin embargo, no es
general.
Pero no porque la siesta sea perjudicial para el
hombre, sino porque, en ciertos casos se prolonga demasiado y afecta -o puede
afectar- al rendimiento laboral de las personas que abusan de ella con un
descanso más prolongado de lo aconsejable.
Hacer una pausa de treinta o cuarenta y cinco
minutos -que es la duración ideal de la siesta- no altera para nada el rendimiento,
sino que lo mejora, ya que el cansancio produce innumerables errores tanto en
el caso de que el sujeto desarrolle un trabajo manual como uno intelectual.
Precisamente los accidentes laborales, como demuestran las estadísticas,
ocurren en mayor número cuando se llevan varias horas seguidas trabajando
ininterrumpidamente.
SIESTA
PARA TODOS
En principio, todas las personas pueden
beneficiarse de la siesta. Se prescribe como necesaria para los que padecen
algún problema digestivo, una excesiva debilidad o una fatiga corporal o
psicológica debida al trabajo y a las preocupaciones. Es apropiada también para
los ejecutivos agobiados por el pluriempleo o por negocios conflictivos. Unos
minutos de reflexión tranquila, perfectamente en posición horizontal, aunque
no se llegue a conciliar el sueño, resultan reparadores. Las neuronas
superactivas se distienden, con lo que se encuentran renovadas para emprender
otra vez el desgaste que causa el trabajo intelectual o la tensión nerviosa.
En opinión de los expertos, quienes menos necesitan
esta reparadora siesta son los jóvenes. Están en una etapa en que deben
aprovechar el tiempo. Se les recomienda preferentemente una actividad ligera,
la lectura o la conversación.
No hay un sitio fijo para la siesta; cada persona
tiene sus preferencias. En épocas de calor hay que buscar el lugar más fresco
de la casa, un sillón que no dé calor, como pueden ser las mecedoras clásicas
de rejilla, las chaisse-longues de paja o similares y, si la calorina aprieta,
un abanico, el ventilador o el aire acondicionado. A unos les llega el sueño
a través de la lectura del periódico o de un libro, a otros con el ruido de la
televisión en un tono muy bajo (incluso hay quien despierta sobresaltado si le
apagan la televisión sin previo aviso) y a muchos, escuchando música. La
habitación debe estar en penumbra o completamente a oscuras, depende de los
gustos o hábitos adquiridos, y alejada de lugares ruidosos, aunque a la hora
de la siesta y en verano hasta las calles más bulliciosas están en silencio.
Para que la siesta cumpla su cometido beneficioso
no debe ser larga, más de una hora es desaconsejable, porque entonces el sueño
produce amodorramiento y el despertar es muy desagradable, con mal cuerpo y
peor humor.
A la siesta hay que ir dispuestos a descansar,
pero sin pretender a todo trance conciliar el sueño. Si el ánimo está tranquilo
y se está hecho a la idea de que durante cuarenta o cincuenta minutos no se
tiene nada que hacer, la misma serenidad de espíritu y la natural somnolencia
que produce la digestión son motivo suficiente para que venga el sueño.
La duración de este reposo reparador es variable.
Algunas personas están en un duermevela apenas diez o quince minutos, pero les
basta. Otras duermen más profundamente y más tiempo, pero nunca debe ser
superior a una hora.
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